La luz del mediodía entra en cascada por los ventanales del gimnasio del colegio La Salle Maravillas, un hito arquitectónico a tiro de piedra de La Castellana, en Madrid. Una veintena de chavales de entre 12 y 14 años, vestidos con indumentaria deportiva amarilla, escuchan al exjugador internacional de balonmano Paco Parrilla, profesor y gestor de las actividades deportivas del centro.
Parrilla les presenta a un señor entrado en años. «Mi padre deportivo», les explica. Su nombre les suena a algunos, Juan de Dios Román. Este toma la palabra y les habla de responsabilidad, compromiso y respeto hacia el compañero. También de ganar y saber perder.
Están a punto de iniciar un entrenamiento que no olvidarán. Es a lo que ahora se dedica el extécnico del Atlético de Madrid y BM Ciudad Real, exseleccionador nacional y expresidente . «Voy a entrenar chavales», dijo cuando abandonó la Federación Española al término de su único mandato. «Cosas de Juan de Dios», pensó más de uno.
Pues no. Jubilado, con tiempo a su disposición y salud, Román ha vuelto a sus orígenes de entrenador de base. Hace unas semanas estuvo en Benalmádena en unas jornadas de convivencia con otros escolares. «Me lo pasé bomba», confiesa.
Esta vez le reclamaron para un clinic en el Maravillas, una de esas aldeas galas donde el balonmano mantiene su arraigo en Madrid. Sus primeros equipos de balón a mano, como entonces se le denominaba, se remontan a 1952, según atestigua el archivo fotográfico y documental conservado en el centro. Esta semana, Román irá a su tierra, Extremadura, a Trujillo y Alburquerque. En esta última localidad le esperan un grupo de niñas.
Mientras repasa unas notas recuerda su debut veinteañero como entrenador de infantiles en el colegio Nuestra Señora del Recuerdo, de Chamartín, enfrentándose a su maestro Domingo Bárcenas, que dirigía, allá por 1964, el equipo de Valdeluz.
La esencia del juego
Antes de ponerse manos a la obra, Juan de Dios les deja claro a los chicos, de forma didáctica, algunos conceptos aquilatados a base de experiencia, la de quien lo ha sido todo en el balonmano: «El mejor jugador es el que sabe relacionarse mejor con el otro mediante el pase, no el que marca más goles», idea que, a estas edades, choca con su ansia de lanzar a puerta.
Antes de ponerse manos a la obra, Juan de Dios les deja claro a los chicos, de forma didáctica, algunos conceptos aquilatados a base de experiencia, la de quien lo ha sido todo en el balonmano: «El mejor jugador es el que sabe relacionarse mejor con el otro mediante el pase, no el que marca más goles», idea que, a estas edades, choca con su ansia de lanzar a puerta.
Y añade: «Los buenos jugadores saben jugar con el ritmo, con los pies en el suelo, y de vez en cuando se salta». Algo en apariencia antinatura frente al impulso primario de estos infantiles, que sacan ya buenos latigazos en suspensión. Y les habla de un tal Veselin Vujovic, «el que mejor interpretó el dominio del ritmo de pasos, alternar amplitud con velocidad».
Sobre esos conceptos gira la práctica que les espera y que ni se imaginan cómo transcurrirá. Durante una hora larga, Román somete a los chavales a una clase práctica de mecánica de pase en desplazamiento. Resuenan amplificadas por un micrófono portátil aquellas voces características que recuerdan quienes tuvieron la oportunidad de verle entrenar a sus equipos y a la selección: «Armando el brazo. Lento. Rápido. Pausa. Bravo».
Terminan sus clases los alumnos de ESO y Bachillerato del centro. Bajan por las escaleras colgadas de la obra maestra del arquitecto Alejandro de la Sota. «Ese es famoso», suelta con espontaneidad una quinceañera cuando oye la voz de Juan de Dios y lo ve abajo, en la pista. «Creo que es un actor», dice convencida.
«¡Hop! Cambia. Acelera. ¡Ay, ay, ay! Sin botar», prosigue enfrascado en lo suyo el veterano técnico, sin dejar que los chicos pierdan la concentración. Al término de la sesión, sus camisetas mojadas delatan la paliza que les ha dado. «Un poco cansado», admite uno de ellos, mientras busca en su mochila un bolígrafo y una cuartilla para pedir un autógrafo al maestro. Se añaden para la foto de familia los alevines que han seguido el entrenamiento desde el graderío voladizo. El que más y el que menos ofrece su camiseta o una zapatilla para que se las firme ese señor con bigote que, mucho antes que a ellos, ayudó a hacerse grandes jugadores a Cecilio Alonso, Juanjo Uría, Paco Parrilla, Juanón de la Puente, Lorenzo Rico, Luisón García...
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